Una casualidad de domingo: en el programa "Imprescindibles" hablan de la vida y obra de Joan Margarit (muerto este mismo año). La primera escena es el propio autor que, con voz grave y bien entonada, como si fuese un actor, lee el poema que sigue a estas líneas. Imposible no pensar en la caverna de Platón; y aunque esta referencia no es segura, el remate del verso habla con claridad de Homero como parte de esa antigüedad que aún está de actualidad. La delgada línea que une a este poema con el blog es un hecho biográfico: el autor vivió y estudio en Tenerife (por ser su padre enviado a trabajar aquí) y fue allí donde, por estudiar en un instituto mixto, se "enamoró" y le escribió su primer poema a una mujer, hecho que le hizo empezar a escribir poesía.
El poema y el muro
Se alza un día de invierno detrás del horizonte.
Negras ramas del chopo. El sol frío y rosado
ha iluminado el muro de piedra de la casa.
Una hora inocente y peligrosa:
debió serlo también para los que encendían
sus fuegos en las cuevas con olor a excrementos, humo, bestias descuartizadas.
Pienso en un día
–centenares de miles de años más atrás–
que tuviera una luz igual que la de hoy.
En la severidad de la caverna
surgía, desde el fondo de unos ojos,
esa suposición protectora del muro.
Alguien, entre las sombras,
miraba, iluminados por la hoguera,
dibujos o señales en la roca.
El pensamiento iba creciendo
como un gran árbol bajo las estrellas,
al tiempo que surgía este calor
lejano, aún confuso, de la casa.
Viendo nacer el día, agradecido,
pienso en la arquitectura
y en los primeros que escucharon
algún hexámetro de la Odisea.
He sido siempre fiel al poema y al muro.